El padre vio su cara y la abandonó. 21 años después ella demuestra al mundo que la belleza está de verdad en el interior.

Hace 21 años Irina Nezhentseva dio a luz a una deseada hija. Pero ella pronto se dio cuenta de que había algo extraño. La madre vio que a su hija Katja le empezaban a salir arrugas en la cara. Irina descubrió que su hija se hacía mayor por horas. El padre de Katja se asustó y abandonó a la familia porque no soportaba ver a su hija envejecer tan rápido. "No puedo soportar a la niña”, dijo el padre, y cogió su maleta y se fue de la casa. Los médicos le diagnosticaron progeria, una enfermedad extremadamente rara que hace que el cuerpo envejezca muy rápido. Las personas afectadas suelen vivir una media de 13,5 años, y rara vez más de 16. Pero Irina decidió no darse por vencida e hizo todo lo posible por darle a su hija una vida buena y segura. Ella vivió cada día como si fuese el último con Katja y la colmó de amor.

 

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Irina Nezhentseva dio a luz a su hija hace 21 años en la ciudad de Novyj Urengoj, en Rusia. Después del parto los médicos se dieron cuenta de que la niña, Katja, padecía una enfermedad genética congénita que causa que el cuerpo envejezca aproximadamente ocho veces más rápido de lo normal. Este síndrome, llamado progeria, es extremadamente raro y se da en 1 de cada 8 millones de nacimientos.

El padre de Katja no quiso saber nada de su hija y abandonó a la familia.

 

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Los niños con progeria generalmente se ven bastante sanos al nacer. No es hasta los 18-24 meses cuando el envejecimiento se acelera. Actualmente no existe ninguna cura para esta enfermedad y los afectados por progeria mueren pronto. Pero Katja desafió todos los pronósticos.

 

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La madre de Katja, Irina, decidió dar a su hija todo el amor del mundo.
Pero no fue fácil. Los demás niños del barrio se reían de Katja y no entendían qué pasaba con la niña arrugada.

”Abuela, ¿por qué llevas una minifalda? ¿Por qué juegas con niños?”, solían preguntar los niños a Katja. Irina se quedó devastada cuando vio cómo era tratada su hija.

 

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Pero fue cuando comenzó la escuela cuando realmente la niña entendió lo diferente que era de otros niños.

”Entonces me di cuenta de que no le gustaba a nadie. Cuando aparecía y la gente veía mi cara, se asustaban. Yo me preguntaba: ¿qué he hecho yo para merecer esto? Pero nunca encontraba respuesta.”, cuenta Katja en la web Hefty, y continúa:

”Pensé mucho en eso, pero no podía aceptar mi apariencia, así que intenté cambiar mi propia imagen para mostrar mi interior. Yo quería mostrar que también era una chica con encanto y con un montón de cualidades. Yo esto segura de que lo importante es el interior de las personas”.

 

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Y eso es lo que hizo. Lo más fantástico fue que la gente comenzó a ver más allá de su enfermedad. Se convirtió rápidamente en la favorita en al escuela, y si alguien intentaba burlarse de ella, se tenía que enfrentar a sus muchos amigos.

”Yo me acepté a mí misma y comencé a ser yo misma. Y pensé así: sólo hay otras 20 personas como yo en el mundo, ¡realmente es muy interesante!”

 

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La alegría de Katja sorprendió a todas las personas que conocía. La niña creció con confianza en sí misma, una joven con sueños para el futuro, como las demás. ¿Su objetivo en la vida? Ser feliz.

 

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A los 21 años ocurrió algo en la vida de Katja. Conoció a Denis, el que después sería su marido. Él llamó por error a Katja (había marcado mal el número). Comenzaron a hablar y decidieron quedar. Se enamoraron rápidamente. La decisión de casarse la hizo muy feliz.

 

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Pronto tenía la pareja buenas noticias. Katja estaba embarazada de su primer hijo. Algunos no estaban seguros de si era una buena decisión, pero la pareja sabía lo que quería. 9 meses después dieron la bienvenida al mundo a un precioso niño.

 

 

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”Estoy muy bien y muy contenta de haber tenido la confianza que me dio las fuerzas para pasar por todas las dificultades con las que me encontré. Ahora tengo un marido y un hijo ¿qué podría ser mejor?”, dice Katja.

 

 

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Fuente: Youtube.

La historia de Katja es realmente una importante muestra de que nada, ni el peor diagnóstico médico, puede quitarle el derecho a ser feliz a nadie.

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