Un extraño interrumpe la comida de la pareja. Pero al final aprenden una lección que recordarán para siempre.

Resulta que un profesor de seminario estaba de vacaciones con su esposa en Gatlinburg, en el estado de Tennessee, en Estados Unidos.

Juntos tomaban el desayuno en un restaurante y mientras esperaban su pedido vieron a un hombre de pelo canoso yendo de mesa en mesa y hablando con los comensales.

Ambos se miraron y él le dijo susurrando a su esposa que esperaba que no se acercara también a ellos… pero lo hizo.

El hombre les preguntó de dónde eran y a qué se dedicaba él, a lo que el marido respondió que era profesor de seminario.

¿Así que enseñas a predicadores cómo predicar?. Bien, tengo una buena historia para ti”, y se sentó en la mesa.

Resignada, la pareja se dispuso a escuchar sin mucho entusiasmo…

El hombre empezó: “¿Ven esa montaña de ahí? (señalando al a ventana del restaurante). No lejos de la base de esa montaña nació un niño de una madre soltera. Lo pasó mal en su infancia, porque allá donde iba todos le hacían la misma pregunta: “¿Quién es tu padre?”.

Ya fuera en el colegio , en la tienda o la droguería, la gente le preguntaba: “¿Quién es tu padre?”.

A la hora del recreo y durante el receso de la comida se escondía del resto de estudiantes. Evitaba ir a las tiendas porque la pregunta le hacía mucho daño.

Cuando tenía unos 12 años llegó un nuevo predicador a su iglesia. Siempre iba tarde y se escapaba pronto para evitar la dichosa pregunta. Pero un día, el nuevo predicador dio las bendiciones tan rápido que no tuvo más remedio que salir con el resto de la gente.

Justo cuando estaba cruzando la puerta trasera, el nuevo predicador, que no le conocía, puso su mano en su hombro y le preguntó: “Chico, ¿quién es tu padre?”.

Toda la iglesia se quedó en silencio. Podía sentir los ojos de todos mirándole. Ahora todos sabrían la respuesta a la pregunta…

“Pero el nuevo predicador sintió la situación alrededor y usando el discernimiento que sólo el Espíritu Santo podría darle, le dijo esto a este niño pequeño…¡Un momento! ¡Sé quién eres! Veo el parecido con la familia ahora, tú eres el hijo de Dios”, dando unas palmaditas en su hombro dijo: “Chico, tienes una gran herencia, ves y reclámala”.

El chico sonrió por primera vez en mucho tiempo y salió de la iglesia siendo alguien diferente. Nunca volvió a ser el mismo. Cuando le preguntaban: ¿Quién es tu papá?, tan sólo les decía: Soy el hijo de Dios.

El caballero se levantó y dijo: ¿No es una gran historia?, a lo que el profesor respondió que realmente lo era.

Cuando se disponía a irse dijo: “¿Saben? Si este nuevo predicador no me hubiera dicho que yo era uno de los hijos de Dios, probablemente nunca hubiera llegado a nada”. A continuación se fue.

El profesor de seminario y su esposa se quedaron impresionados. Llamaron a la camarera y le preguntaron quién era ese hombre. La camarera sonrió y les dijo: ‘Ese es Ben Hooper, el gobernador de Tennessee’.

Todos necesitamos a veces que nos recuerden que somos todos iguales, que todos somos los hijos de Dios. Compártelo con todos aquellos que hoy podrían necesitar recordarlo.

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