No te puedes imaginar lo que le dijo a la enfermera tumbado en la camilla del ginecólogo

Esta es la historia (publicada con la autorización del autor del autor del libro). 

A todos los hombres.

Fue después de esta experiencia cuando me di cuenta realmente de lo VALIENTES que son las mujeres. 

Después de un tiempo teniendo problemas de vejiga, tuve que finalmente ir al médico. Por el camino sentí que caminaba hacia un calvario. Después de responder a algunas preguntas rutinarias, el médico y yo nos comportamos como si fuese una situación normal. Hablamos de golf, bares, y esas cosas, antes de perder la virginidad – por detrás – con el examen que me tuvo que realizar. Dios tuvo que reírse mucho cuando escondió la próstata en ese oscuro lugar. 

«Esto seguramente debe de ser uno de las cosas más desagradable que he experimentado», pensé yo, pero estaba equivocado.

«Debes ir al hospital para que te realicen más pruebas», dijo el médico. 

”¿Por qué?”, pregunté con horror.

Yo estaba como un hombre que recibe la noticia de que su suegra se va a mudar a vivir a su casa. Aunque ese no es mi casa porque mi suegra es maravillosa.

Yo no estaba preprado para lo que me esperaba: la camilla del ginecólogo. 

Las camillas de ginecología tienen que ser una de las cosas más sádicas en las que uno puede poner los pies en este planeta. No me sorprendería descubrir que fue la inquisición la que creó estas herramientas de tortura. 

Total, que me dijero que tenía que sentarme allí. Sin ropa interior. 

Cuando me senté me pareció que estaba haciendo el spagat. Las mujeres seguro que son conscientes de que no es así, pero yo sentí que las piernas iban cada una para un lado, tan lejor que necestias prismáticos para ver una desde donde estaba la otra. Pensé entonces en las mujeres, que tienen que pasar por eso al menos una vez al año. Se requerie valentía. Valentía de mujer. TODOS MIS RESPETOS. 

Llamaron a la puerta y apareció una amable enfermera. Intenté recomponerme, pero nunca antes en mi vida había deseado tanto que la tierra me tragase. Las cicatrices en el alma son imposibles de reparar. 

«Hola», dijo ella. «Yo sólo voy a prepararle para la prueba con un poco de gel anestésico». 

La enfermera se puso entre mis piernas, se inclinó y comenzó a aplicarme el gel. Ella miró entre mis piernas y sonrió. Yo pensé en Mr Bean. Lo único que me vino a la cabeza en ese momento. 

Yo, que apenas había conseguido tartamudear un «hola», sentí que lo único que podía hacer era aguantar. 

El saludo desde luego no iba a incluir un apretón de manos. Y coquetear con la enfermera estaba descartado. Coquetear con ella mientras mis piernas estaban en el aire y ella me ponía gel anestésico ahí abajo… Va a ser que no.

Quizá podría hablar de algo cotidiano. La amable enfermera trabajaba bien concentrada. Me puse a pensar en qué podía decir y mientras tanto miraba por la ventana los grandes árboles que había fuera. Entonces las palabras salieron de mi boca sin pensar: 

«Preciosa vista ¿verdad?»

Jajajaja. Me imagino la situación. Y me parece genial que el protagonista contase su divertida anécdota, al fin y al cabo, tenemos que tomarnos estas cosas con más naturalidad. La historia está recogida en el libro ‘Modig‘ del escritor Svein Harald Røines, con cuya autorización contamos para publicar esta divertida historia que no deja de ser un gran reconocimiento a todas las mujeres. ¡Compártela!

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