Ésta es una historia que tiene unos diez años, pero ha caído ahora en mis manos, y me ha dejado con un nudo en la garganta.
Es profundamente triste, pero también cuenta algo importante sobre el amor en pareja que creo que todo el mundo debe tener en cuenta.
Cuando llegué a casa una noche después del trabajo, la comida estaba lista como siempre, mi esposa solía llegar a casa antes que yo y preparaba la cena.
Nos sentamos y sujeté su mano, pensé un momento pero ya me había decidido, le dije: ”Quiero el divorcio.”
Pero apenas reaccionó, mi esposa ni siquiera parecía molesta, más bien me preguntó por qué.
Me hizo sentir inseguro y evité contestar, eso sí le molestó y comenzó a lanzarme cubiertos gritando: ”¡No eres un hombre de verdad!”.
No hablamos más esa noche, ella estaba triste, entendí que ella quería aclarar lo que había pasado en nuestra relación. Ella tenía razón, yo era demasiado cobarde para contarlo.
La verdad era que me había enamorado de otra, simplemente ya no amaba a mi esposa, ahora sólo sentía lastima por ella.
Con una gran sensación de culpa acordamos las condiciones del divorcio, ella podía quedarse con la casa y 30 por ciento de mi empresa, ojeó el papel – sólo para luego romperlo con las manos.
La mujer con quien había pasado 10 años de mi vida podía mantenerse sola, se había fortalecido en los últimos años, me puse triste sabiendo que ella había gastado tiempo, recursos y energía en mí, pero no podía deshacer mis palabras en la mesa.
Sin embargo, al final comenzó a llorar en voz alta frente a mí, fue lo que me había esperado desde el principio, y cuando lo hizo se sintió tan real… Nos vamos a divorciar.
Al día siguiente, llegué tarde a casa después del trabajo, la encontré sentada a la mesa escribiendo algo. No cené, no tenía apetito, fui directo a la cama y me dormí.
Por la mañana encontré una nota en la mesa del comedor donde había anotado sus condiciones para un divorcio: No deseaba nada, pero pidió que tratáramos de vivir lo más normal posible los siguientes meses, la razón era simple: Nuestro hijo iba a tener su primer acto de grado dentro de un mes y no se lo quería arruinar.
También me pidió que recordara cómo la había llevando al dormitorio en nuestra noche de boda, ahora quería que la llevara del dormitorio a la puerta cada mañana – por un mes entero, me sentí confundido y casi me dio miedo, pensé que estaba enloqueciendo, pero como quería que termináramos la relación de la mejor manera posible, acepté su poco convencional deseo.
Ambos nos sentimos un poco torpes la primera vez desde que nos habíamos casado, pero le dio alegría a nuestro hijo quien se puso a aplaudir mientras cantaba: ”¡Papá está llevando a mamá en sus brazos!”.
Sus palabras me dolieron en el pecho, la cargué desde el dormitorio, por la sala de estar hasta la puerta. Ella cerró los ojos y me dijo: ”No le cuentes sobre el divorcio.” Afirmé con la cabeza y la bajé de mis brazos.
Al día siguiente no nos sentimos tan torpes, ella se recostó contra mi pecho y pude sentir el olor a su perfume, me di cuenta de que había pasado mucho tiempo sin reconocer a esta mujer, ya no era joven, tenía arrugas en la cara, y le estaban saliendo canas, nuestra relación se había quedado sin energía, por un momento me quedé pensando qué le le había hecho yo realmente.
El cuarto día que la levanté en mis brazos, sentí cómo los sentimientos comenzaron a volver, esa sensación de intimidad, ésta era la mujer que me había dado diez años de su vida, el quinto y el sexto día entendí que los sentimientos sólo continuaban creciendo, se hizo mucho más fácil cargarla cuando se estaba acercando el fin del mes, y noté cómo se había puesto cada vez más delgada.
Un día me di cuenta de cuánto dolor y tristeza ella llevaba adentro, sin pensarlo, acaricié su cabello, en ese momento, nuestro hijo llegó a la puerta del cuarto, se rio y dijo: ”¡Papá, es hora de cargar a mamá!”
Para él se había convertido en una rutina importante de la mañana, mi esposa señaló a nuestro hijo para que se acercase y le abrazó fuertemente, me di la vuelta para el otro lado porque temía que había cambiado de opinión sobre el divorcio, la llevé en mis brazos, la sujetaba firmemente, igual que en nuestra noche de bodas …
Cuando la cargué por última vez ese mes, apenas me pude mover, sabía lo que tenía que hacer. Conduje hasta la casa de Jane, la nueva mujer en mi vida, le conté lo que había pasado: ”Lo lamento, pero ya no quiero divorciarme de mi mujer.”
Todo quedaba tan claro ahora, había llevado en brazos a mi esposa hasta la puerta de nuestra casa el día de nuestra boda y le había dicho ”hasta que la muerte nos separe.”
Ese día, en el camino a casa desde el trabajo, compré flores, cuando la chica en el cajero me preguntó si quería una carta con un mensaje, sonreí y dije: ”Te llevo cada mañana – hasta que la muerte nos separe.”
Llegué a casa con las flores en la mano y una gran sonrisa, llamé a mi esposa pero no me contestó, fui hacia el dormitorio, allí la vi en nuestra cama, sin una señal de vida, resulta que había estado enferma de cáncer varios meses, pero yo estaba tan ocupado con mi nueva mujer que ni siquiera había pensado que mi esposa estuviera enferma, ella sabía que se estaba muriendo, pero quería salvarme de la reacción de nuestro hijo si hubiéramos concretado el divorcio antes.
En los ojos de mi hijo, seguiría siendo un padre y esposo fiel, amoroso y cariñoso.
Esas cosas pequeñas que al principio veía aburridas e innecesarias, es lo que realmente cuenta, no importa el tamaño de tu casa, lo que poseas, tus pertenencias o el dinero en el banco. Esas cosas definitivamente pueden facilitar la felicidad, pero el valor individual de esas cosas jamás puede generar felicidad verdadera.
Así que tómate el tiempo y vuélvete el mejor amigo de tu pareja, hagáis todas esas cosas y detalles que fortalecen el amor.
Muchas personas no comprenden lo poco que requiere la felicidad verdadera y se rinden demasiado pronto.
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