Algunas veces, cuando estamos estresados, estamos tan enfocados en nuestros propios problemas que nos olvidamos de lo que realmente importa. Tengo que admitir que esto realmente me pasa. Esta historia va básicamente sobre eso y mucho más. Apareció en Facebook hace algún tiempo y se ha hecho viral. Tiene mucho que enseñarnos sobre la importancia de ser paciente, de reflexionar y tomarse el tiempo para apreciar a nuestros seres queridos. La vida no siempre va de grandes eventos, a veces son los pequeños momentos los que importan. Por favor, lee este “pequeño evento” y compártelo con tus seres queridos.
Llegué a la dirección y toqué el cláxon. Tras esperar varios minutos volví a tocarlo.
Como era mi último viaje del turno pensé en tan sólo irme, pero en lugar de eso aparqué el auto, fui hacia la puerta y toqué… “Sólo un minuto”, respondió la frágil voz de una mujer mayor. Pude escuchar algo siendo arrastrado por el suelo.
Tras una larga pausa la puerta se abrió. Una mujer menuda de unos 90 años apareció frente a mi. Llevaba un vestido y un sombrero con un velo, como si fuera un personaje de una película de los años 40.
A su lado había una pequeña maleta de nylon. El apartamento se veía como si nadie hubiera vivido ahí durante años. Todos los muebles estaban cubiertos con sábanas.
No había relojes en las paredes, ni adornos en las estanterías. En la esquina había una caja de cartón llena de fotos y vasos.
“¿Podrías llevar mi bulto al auto?”, preguntó. Me llevé la maleta al taxi, luego volví para asistir a la mujer.
Tomó mi brazo y la llevé lentamente al coche.
Se la pasó agradeciendo mi amabilidad. “No es nada”, le dije. “Tan sólo trato de agasajar a mis pasajeros del modo en que querría que trataran a mi madre”.
“Oh, eres un chico tan bueno”, dijo.
Cuando nos subimos al auto, me dio una dirección y luego preguntó. “¿Podrías conducir por el centro?”.
“No es el camino más corto”, le respondí rápidamente.
“Oh, no me importa”, dijo. “No tengo prisa. Voy de camino a un hospicio”.
Miré por el retrovisor. Sus ojos brillaban. “No me queda familia”, continuó con una voz suave… “El doctor dice que no me queda mucho”.
En silencio paré el contador. “¿Qué ruta le gustaría tomar”, le pregunté.
Durante las siguientes dos horas condujimos por la ciudad. Me mostró el edificio donde trabajó una vez como operadora de ascensores.
Recorrimos el vecindario donde ella y su marido habían vivido justo después de casarse. Me pidió que parara frente a un almacén de muebles que fue una vez una pista de baile donde ella iba cuando era joven.
Algunas veces me pedía que fuera más lento frente a un edificio en particular o una esquina, donde ella se sentaba mirando hacia la oscuridad, sin decir nada.
Cuando el sol apareció en el horizonte de repente dijo. “Estoy cansada, vámonos ya”.
Conduje en silencio hasta la dirección que me había dado. Era un edificio bajo, como una pequeña casa para convalescientes, con pasaje para autos debajo de un pórtico.
Dos celadores vinieron en cuanto paré. Eran solícitos y atentos, observaban cada uno de sus movimientos. Probablemente la estaban esperando.
Abrí el maletero y llevé la pequeña maleta a la puerta. La mujer ya estaba sentada en una silla de ruedas.
“¿Cuánto te debo?”, me preguntó, buscando su monedero.
“Nada”, dije.
“Tienes que vivir de algo”, contestó.
“Hay otros pasajeros”, respondí.
Casi sin pensar, me incliné para darle un abrazo y ella respondió abrazándome fuerte.
“Has dado a una anciana un pequeño momento de gozo”, dijo, “gracias”.
Apreté su mano y cuando caminaba en el alba de la mañana, detrás de mi se cerró una puerta. Era el sonido de una vida que se cierra…
No tomé a más pasajeros en ese turno. Conduje perdido en mis pensamientos. Por el resto del día apenas podría hablar. ¿Qué hubiera pasado si esa mujer hubiera dado con un taxista enojado, o uno impaciente por terminar su turno? ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera rechazado hacer el viaje o hubiera tocado el cláxon una vez y luego me hubiera ido?
Si repaso rápidamente, no creo que haya hecho nada tan importante en mi vida.
Estamos condicionados a pensar que nuestras vidas suceden en torno a grandes momentos. Pero los grandes momentos a menudo nos sorprenden disfrazados de algo que otros podrían considerar pequeño.
Si estás de acuerdo con este taxista, comparte esta conmovedora historia con todos tus serse queridos.