La verdad es que hay gente que cree que tiene el derecho a faltarle el respeto a las personas que honestamente se ganan el pan sirviendo de dependientes, camareros y otras profesiones de servicio. Por ese motivo esta historia que circula por la red, sea verdad o no, creo que es muy aleccionadora. Estaría tan bueno que todos los encargados de un establecimiento se comportaran así con sus empleados. Resulta que una dependienta en una tienda de artículos para Halloween vio como un niño estaba desbaratando el lugar, tirando y rompiendo cosas. Ella trató de pararlo pero el niño insistía en hacer de las suyas y la madre no aparecía por ningún lado. En un momento de desesperación la dependienta gritó al niño: ¡Para! Y todo el mundo alrededor se detuvo, incluido el niño en cuestión, con cara de asustado. ¡Lo que pasa después es indignante! En fin dejo que lo explique mejor la protagonista de esta historia.
Ella lo cuenta así:
“Solía trabajar para Spirit Halloween, que es básicamente una tienda temporal de septiembre a noviembre. Mi encargado era un tipo grande de más de 1,80 metros, uno de los tipos más encantadores que he conocido. Tenía una barga larga, sólo para que se lo imaginen. Lo primero que nos dijo fue “valoro a mis empleados más que a cualquier cliente idiota, cualquier día de la semana. Estos clientes van y vienen, pero tú estás aquí para quedarte”.
En fin, un día hubo un niño que se comportaba como una criatura salida del infierno, dando vueltas por todas partes, tirando cosas aleatoriamente. Fui hasta ahí y empecé a recoger las cosas y colocarlas en las estanterías. Bien, el pequeño continuó haciéndolo, casi tirando las estanterías, rompiendo cosas… Hasta que me acerqué y le pedí que parara. Deben saber que no podía encontrar a la mamá, porque nuestra tienda está siempre llenísima de gente. Bien, tras pedir educadamente al niño que parara durante unos minutos, y aparentemente sin que me hiciera ningún caso, mientras rompía cosas me alteré y dije: ¡PARA! Tan alto como pude. El niño se paró en seco y me miró, muy asustado y por supuesto por una esquina apareció su mamá.
Ella se volvió loca porque grité a su hijo, a pesar de que yo intentaba explicarle la situación (que estoy segura podía imaginarse teniendo en cuenta todo el maquillaje que había esparcido por todas partes). En fin, después de un minuto de esto, me gritó pidiendo que viniera el encargado. Suspiré y a través del walkie-talkie dije: “Jesse, tenemos un pequeño problema. Una clienta enojada quiere hablarte”. Jesse respondió: “Voy ahora mismo”.
Cuando dejo el walkie talkie ella empieza a arremeter contra mi. No digo una palabra, tan sólo acumulo la rabia dentro mío. Ella está gritando mucho en ese punto, así que le digo: “por favor, cálmese, está haciendo una escena y molestando a otros clientes”. No reaccionó, así que le digo: “señora, necesito que deje de gritar o voy a tener que pedir que se vaya”. De repente… Me agarró el pelo y trató de estirarlo.
Soy más baja pero conseguí escapar de ella. Esto la hace gritar todavía más. Así que finalmente me altero y le grito: “¡O se calma o la echo de la tienda!”… Justo cuando mi encargado aparece por detrás de ella.
Ella le mira, yo le miro y ella me mira a mi con una sonrisa predadora, sabiendo que ganó la partida. Jesse mira el desastre del suelo, al niño y luego a ella, levanta sus brazos y grita: “¡Ya la ha oído, fuera de mi tienda!”.
Nunca he visto a nadie irse tan rápido de un lugar. Ojalá trabajara todavía con Jesse”.