A nadie le gusta que le maltraten. Es doloroso y es muy fácil creer en lo que te dicen y pensar que hay algo malo en ti. Pero cuando alguien tiene la fortaleza de ver que la culpa no es suya, sino del abusador, es un momento de empoderamiento. En esta historia en particular, el abusador es un racista y la mujer es negra. Ella no acepta su abuso y al mismo tiempo su respuesta es amable y sorprendentemente poderosa. Espero ser como ella algún día y, mientras tanto, creo que voy a compartir esta historia para que inspire a los demás.
Esta es la historia que colgó:
“Bueno, estoy en la cola de un restaurante bastante larga ya que es fin de semana… Finalmente, logro llegar a la entrada para entregar mi nombre y número de personas, cuando un miembro del personal sale en distintas direcciones para revisar las mesas… Espero pacientemente ya que escuché que el tiempo de espera es de unos 35 minutos, así que no entregar mi nombre inmediatamente no va a cambiar nada.
Un hombre caucásico llega y se para junto a mi, y cuando el personal vuelve a la recepción y toma su bolígrafo, el hombre se coloca delante mío y dice “mesa para 2”.
Yo sé que él me vio esperar ahí durante diez minutos, así que le digo: “perdone, pero para ser justos, he estado aquí por un rato”.
Me mira con desprecio y desdén y repite al miembro del personal: “Mesa para 2”.
El camarero entonces dice: “Señor, deme un momento, ella estaba aquí antes…”. Tras lo que él le corta y dice, “bien, como blanco estadounidense no reconozco a gente como ella y debería ir primero”.
En ese instante toda la gente que estaba en la zona de espera empezó a hacer comentarios, pero todo me parecen murmullos cuando la sangre se agolpa en mi cabeza ahogándolo todo por completo.
sar de ser uno de los más grandes países en el mundo, todavía luchamos por estar unidos.
Que soy una veterana de guerra y que sin gente como yo su libertad para expresar su opinión, a pesar de equivocada, no sería ni posible. Llegados a este punto el camarero parecía conmocionado, así que dije suavemente.
“Está bien, la mesa para 2 puede ir primero. Me solidarizo con su discapacidad”.
Se oyeron más murmullos del grupo.
Parece que su paciencia se agotó, pero también la mía.
Su voz destilaba veneno cuando dijo: “No tengo una discapacidad”.
A lo que le respondí: “No se equivoque, señor, la ignorancia es una discapacidad y sus efectos nos paralizan a todos”.
Todos empezaron a aplaudir y el siguiente grupo que consiguió una mesa me ofreció un lugar, pero lo rechacé, porque sé lo que es esperar mi turno… He esperado mi turno toda mi vida, pero también se que las buenas cosas les llegan a aquellos que esperan…”.
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