Ser madre soltera, como la mujer de esta historia, no debe ser nada fácil, sentir que sobre ti recae toda la responsabilidad de la crianza y el futuro de tus hijos. En esta historia una madre relata lo complicado que es compaginar trabajo y la suficiente dedicación a sus hijos. Un día, cuando van a la iglesia en el Día de la Madre, el párroco invita a los niños a que elijan una flor para expresarle su amor. Pero lo que le traen sus hijos a esta madre no es nada de lo que ella había imaginado. No sé si este relato es cierto, pero eso no le quita belleza al mensaje de amor que esconde detrás.
Ella lo explica así.
“Cuando mi marido anunció tranquilamente que, tras once años de matrimonio, había solicitado el divorcio y se iba de la casa, mi primer pensamiento fue sobre los niños. ¿Podría mantenernos juntos y darles una sensación de familia? ¿Podría como madre soltera mantener nuestro hogar y enseñarles ética y valores que sabía que necesitarían en la vida? Sabía que tenía que intentarlo.
Así que cada domingo íbamos a la iglesia. Durante la semana sacaba tiempo para revisar sus deberes con ellos y a menudo les hablaba de por qué era importante hacer las cosas bien. Me llevó el tiempo y la energía que no tenía y lo peor es que no sabía si lo estaba haciendo bien.
Un Día de la Madre, dos años después del divorcio, cuando íbamos a la iglesia, notamos filas de preciosas macetas con flores a cada lado del altar. Durante el servicio, el sacerdote nos dijo que como la maternidad era uno de los trabajos más duros en la vida, merecía reconocimiento y premio. Entonces pidió a cada niño que fuera a elegir una bonita flor como regalo a su madre, como símbolo de cuánto la querían y apreciaban.
Mi hijo y mi hija, tomados de la mano, fueron a la fila con los otros niños. Juntos empezaron a elegir qué planta me iban a regalar. Habíamos pasado por tiempos duros y este gesto de aprecio era justo lo que necesitaba. Miré las hermosas begonias, las doradas caléndulas y las margaritas púrpura y empecé a congeturar sobre dónde podría plantar lo que fuera que eligieran para mí, seguro que me traerían una hermosa flor para demostrar su amor.
Mis niños se tomaron el trabajo seriamente y observaron cada maceta en la fila. Mucho después de que los otros niños volvieran a sus asientos a darles a sus madres la preciosa maceta de flores, mis dos niños seguían ahí, tratando de elegir. Finalmente, con una exclamación de júbilo, eligieron una que estaba detrás de un carrito. Con enormes sonrisas que iluminaban sus caras, me trajeron, hasta donde yo estaba sentada, la que habían elegido como regalo del Día de la Madre para demostrar su aprecio.
Miré con asombro el palo enfermizo y roto que me entregaba mi hijo. Mortificada acepté la maceta. Obviamente habían elegido la planta más pequeña y enferma, ni siquiera tenía una flor. Al mirar sus caras sonrientes vi el orgullo que sentían con su elección, y sabiendo cuánto tiempo les había llevado elegirla sonreí y acepté el regalo.
Pero entonces tuve que preguntarme: de todas las flores, ¿qué les hizo elegir aquella?
Con gran orgullo mi hijo dijo: “Ésta parecía necesitarte, mamá”. Abracé fuerte a mis hijos mientras se me caían las lágrimas, me habían dado el mejor regalo del Día de la Madre que jamás hubiera imaginado. Mi trabajo duro y sacrificios no habían sido en vano, ellos lo habían percibido y apreciado.
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