Ser capaz de ponerse en los zapatos del otro es una cualidad muy valiosa. Sin embargo, algunas veces no hay otra forma que mantenerse firme y las cosas pueden volverse como en esta historia.
Un trabajador de la construcción estaba trabajando en una obra en un monasterio renovando el baño. Mientras ajustaba unos tornillos, una tubería se rompió, empapándolo en aguas residuales. Le dieron permiso para usar la ducha del monasterio y el cambiador.
Sin embargo, le dijeron que tuviera cuidado, ya que las monjas eran muy devotas en su fe y nunca habían visto a un hombre desnudo.
El obrero estaba muy sucio tras el incidente, así que se llevó una barra de jabón en cada mano y se metió en la ducha. Justo cuando iba a encenderla escuchó a tres monjas entrando en el cambiador que empezaron a desvestirse.
El hombre entró en pánico pero no tenía a dónde ir. Sin otra opción, se quedó quieto contra la pared, rígido como una estatua.
«Esta estatua debe ser nueva, todavía tiene barro por el transporta», dijo una de las monjas.
«¡Se ve tan real! ¿Pero qué es esto?, preguntó una de las monjas apuntando al pene del obrero.
«No lo se», dijo una de ellas, que se acercó y estiró su pene.
El obrero de la construcción estaba tan sor
«Ah», exclamo la otra monja, «es un dispensador de jabón».
La segunda monja se acercó a la «estatua» y estiró también el pene. El obrero no tenía ni idea de qué hacer así que dejó caer la segunda barra de jabón.
La tercera monja también quiso probar, así que estiró una vez y no pasó nada. Entonces estiró una, dos, tres, cuatro, cinco veces y de repente exclamó: «Mira, salió jabón líquido».
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