Uno a veces lee en los periódicos o por internet cosas que parecen como secadas de una película y que cuesta crees que sean reales. Pero cuando conoces algún caso de cerca, te das cuenta de que la realidad supera muchas veces la ficción.
La historia que os voy a contar podría ser perfectamente el argumento de una película, sin embargo es real, y lo sé de buena tinta puesto que yo conozco a la protagonista. Nuestras familias son amigas y por eso sé bien que la historia es cierta. No voy a dar su nombre real para preservar su intimidad, así que la llamaremos Ana.
Hace unos años Ana conoció al que pensó que sería el hombre de su vida, Roberto. Él era encantador, dulce, comprensivo, cariñoso, romántico. La madre de Ana, las primas, las vecinas… Todas estaban encantadas con él, parecía salido de un cuento de hadas, un príncipe de los que no existen en la realidad. Ana se enamoró perdidamente. El niazgo fue intenso y rápido. Muy pronto la relación fue dando pasos de compriso hacia delante.
Un día Roberto lo pidió a Ana que se pusiese bien guapa, que iban a salir a cenar. Roberto la llevó a un local que reservó sólo para ellos. Puso pétalos de flores por el suelo, música romántica, luz tenue, champán. Y entonces Reberto se arrodilló y le pidió que se casara con ella.
Ana no cabía en sí de felicidad, todo era perfecto, había encontrado a su príncipe azul quien parecía estar encantado con la idea de casarse aunque no llevasen mucho tiempo juntos. Ana pensó que era un poco precipitado ¿pero por qué romper la magia del momento que estaban viviendo? Cuando el amor es de verdad ¿para qué esperar?
Y comenzaron los preparativos de boda.
Roberto le dijo a Ana que quería que se fuesen a vivir juntos cuanto antes, que no quería esperar a la boda. Así que alquilaron un apartamento y comenzaron a amueblarlo. Roberto le sugirió a Ana que lo mejor era pedir los regalos por adelantado a los invitados para así poder amueblar la casa. Necesitaban de todo, electrodomésticos para la cocina, cama, sofá, mesas… de todo. Ana tenía sus dudas, no le parecía muy bien pedir los regalos antes de la boda, pero Roberto la convenció haciéndole ver que les hacían faltas todas las cosas para poder vivir en su nuevo hogar. Al final Ana cedió. Y así, poco a poco, los regalos comenzaron a llegar.
Cuando faltaban semanas para la boda, Roberto abandonó a Ana. Le dijo que tenían que romper, que la relación no podía seguir adelante. Las razones que dio Roberto nunca las supimos, forman parte de su intimidad y nunca quisimos preguntarle a Ana, pero todo el mundo pensó que son cosas que ocurren. No serían ni la primera ni la última pareja en romper antes de la boda.
Ana estaba rota de dolor. No entendía nada. Y lo último en lo que podía pensar era en los regalos. Roberto le dijo que no se preocupase por eso, que él se encargaría de devolverlos. Y Ana regresó a vivir a casa de sus padres.
Pasaron las semanas y tanto Ana como sus padres vieron que los familiares no los llamaban, no los visitaban y cuando se los encontraban por la calle se comportaban de forma distante. Con el corazón roto tenía que aguantar, además, las miradas frías de sus familiares. No entendía nada, no era su culpa que se cancelase la boda y se quedasen con los vestidos preparados para la fiesta. Pero un día, un comentario de la tía de Ana los puso sobre la pista:
«Siento mucho que la dejase el novio, pero espero que al menos Ana disfrute los regalos».
La madre de Ana no podía creer lo que oía, y le dijo:
«¿Pero Roberto no os ha devuelto los regalos?»
La cara de sorpresa de la tía dejó muy clara su respuesta.
Ana decidió entonces ir a la casa para encargarse ella misma de devolver los regalos. Pero cuando entró en el apartamento, Ana se encontró: NADA.
Tardó unos minutos en reaccionar, no podía creer lo que veían sus ojos. Llamó a Roberto para preguntarle qué había pasado, pero cuando marcó su número salió un mensaje automático que decía que ese número no pertenecía a nadie. Se enfureció pensando que Roberto había cortado toda posible vía de contacto con ella. Su perfil de Facebook ya no existía, no contestaba a los emails. Fue como si se lo hubiera tragado la tierra.
Entonces Ana entendió por qué él había cortado toda vía de contacto. No quería que lo localizasen.
Ana se dio cuenta de que su ex novio no es la mejor de las personas, lo que había hecho era horrible, pero nunca había dudado de sus sentimientos mientras estuvieron juntos. Hasta que un día recibió un mensaje por Facebook.
«Hola, Ana. Soy Verónica. Tú no me conoces pero tenemos mucho en común. Hace unos días en la tienda escuché tu triste historia. Créeme que lo siento mucho, y créeme si te digo que no estás sola. Y no te digo esto en un sentido figurado, es verdad: no estás sola. No eres la única que ha sido engañada por Roberto. Me imagino por lo que has pasado: las palabras de amor, la música romántica, las promesas de amor eterno, la pedida de mano más romántida del mundo, los preparativos de boda. Y la NADA. Roberto desaparece. Él y todos los regalos que habías pedido a tus invitados. Cuando escuché tu caso me quedé desconcertada, pensaba que hablaban de mí. Hasta que dijeron tu nombre. Y entonces me di cuenta de la cruda realidad. Roberto nunca me quiso. Roberto nunca te quiso. Sólo quiso el dinero y las cosas que se pudo llevar. Pero aún hay algo más soprendente. Tú y yo tampoco estamos solas. Roberto ha hecho lo mismo a dos chicas más. Es un profesional de fraude. Nuestro príncipe azul es un delincuente».
Ana rompió a llorar. No lo podía creer. Quedó con la chica, y con las otras dos chicas. Y juntas tomaron una decisión. Roberto, sin querer, había dejado algunos datos con los que pudieron atar cabos para dar con él. Cuando lo localizaron no fueron a buscarlo. Le dieron esa información a la Policía. Denunciaron. Testificaron todas, y sus familias, y sus invitados. Y después de una dura lucha, consiguieron que fuese condenado: Roberto tendría que devolverles todo, más una compensación.
Roberto se va a pasar muchos años trabajando para pagar todo lo que robó. Pero el corazón robado de estas chicas, ése no lo dejó hecho añicos.
Pero el tiempo todo lo cura, y esta «venganza» les dio fuerzas a las chicas. La unión hace la fuerza y ellas hicieron un buen equipo ganador.
A veces veo a Ana por la calle y la saludo. Está muy guapa. Se fue a vivir a otra ciudad donde conoció, esta vez sí, a un buen hombre que sabe hacerla feliz de verdad.